Risa de mar

No quiero tomarme un tiempo,

porque tú no tienes,

te lo arrebataron.

Ni mirar hacia otro lugar,

uno que no duela,

como me duele mirarte a ti.

Tampoco romper mi promesa de nunca dejar de amarte,

aunque amarte sean cristales en la vida.

Menos que nada, quiero olvidarte con otro amor más grande,

¿qué es más grande que tu risa de mar lamiéndome los pies?

Abrazaré tus cristales,

hasta que dejemos de sangrar juntas.

Porque Cuba, tú me dueles más

cuando empiezas a dejar de dolerme.

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11 millones de veces

Ayer soñé con tu risa,

con ese sonido de luz que no conozco,

con ese canto de esperanza que no me deja rendirme.

Tus ojos eran un buen augurio para las horas muertas.

Tus manos eran el abrazo del mundo,

y yo era feliz porque tu risa era mía.

Y tu risa era feliz porque no le pertenecía a nadie.

La Habana no era sólo una ciudad,

era el amor que no se había roto.

La isla no era una isla,

era tu grito de No más.

Y yo, ya no era, si no eras tú.

Ayer soñé con tu risa libre.

Ayer, con los ojos cerrados, vi tu felicidad,

que era la mía 11 millones de veces.

Alaina Machado

(Poema a Luis Manuel Otero Alcántara, líder del Movimiento San Isidro).

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Es definitivamente la luna

Son las horas que se arrastran como si les pesaran las memorias y los planes muertos.

Son las palabras que rebotan en mi pecho como cocuyos contando novios.

Son esas mismas palabras que ya nunca conocerán tus ojos recibiéndolas con chispitas de amor.

Es la luna que se extrema, es definitivamente la luna.

Son también las risas que nacen del llanto, es el llanto que ya se esconde detrás de todas las risas.

Son los niños que juegan en el parque con el corazón intacto, sin haber dejado pedacitos por el mundo, y casi todo en tu último beso.

Es el último beso que me duele no recordar, es el primero que recuerdo hasta el dolor, son todos los del medio que me gritan no les ponga un final.

Es una tortuga que encontró la sombra y no la quiso.

Son todos los parques de esta ciudad que dibujamos con promesas de no prometernos nada jamás.

Son las cartas que mato después que escribo.

Es el amor que se volvió dolor, y ahora me dueles tanto como te amé. ¡Ay, y cuánto te amé! ¡Ay, y cuánto me dueles!

Alaina

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El año 8

Dice una amiga nueva de otra vida que hoy comienza mi año 8. El año donde me doy cuenta de todo lo que quiero cambiar para luego cambiarlo en el año 9. En otras palabras, el año 8 es una mierda. Imaginen, un año entero para darnos cuenta de todo lo que está mal, pero no hacer nada, nada más que darnos cuenta. Mi amiga descubrió esto mirando a la Luna y a las fechas, y a las horas y su corazón de brujita.

Para mí, que la luna no es más que un pedazo de dolor y saudade que flota en un lienzo negro, es mi cumpleaños 31. Les confieso, el 31 pinta exactamente como el 8 de la brujita.

No recuerdo a qué edad comenzamos a planear la vida. La carrera que nos llenará el corazón de armonía y los bolsillos de posibilidades. La boda perfecta con el hombre mas perfecto que la boda. Los hijos que vamos a tener, de qué color serán sus ojos, y en qué minuto exacto van a salir de nuestros cuerpos luciendo como los bebés compota que recordamos de la infancia. Pero un otoño cualquiera la vida nos sorprende. Se dibuja de unos colores que desconocemos. Colores que ya no nos dejan recordar ningún plan. Que nos enseñan que no hay plan. Que la vida está viva, y que los planes, son sólo eso, historias que suceden o que mueren antes de nacer.

Nos cuesta, pero eventualmente nos gusta esta nueva manera de entender las cosas.

Y un día, sentada debajo de tu árbol preferido, mirando a tu familia, que es mejor que la que planeaste, te dices, esta es la vida.

Entonces llega el año 8 y te la jode, te la cambia, te le borra los colores para pintarla de otros nuevos. Y nos cuesta, ay, cuanto nos cuesta, pero eventualmente nos gusta esta nueva manera de vivir la vida.

A los 31 años, creo que la vida son momentos. Momentos que empiezan, y se acaban, que se quedan o se olvidan, te revuelcan o pasan desapercibidos. Momentos que no están encadenados, pero que todos dependen del anterior. Por eso el año 8 no es una mierda. El año 8 es el puente.

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El defecto mariposa

Desperté sin abrir los ojos. Estaba segura de que el mundo no había comenzado, que el día sería un manojo oscuro de minutos anodinos. La primera sorpresa fue un Sol determinado y muy plantado en el pequeño espacio entre la cortina y la pared. La segunda sorpresa fue el ruido. Ese tan conocido ruido de cada día, las alarmas, la cafetera, la vocecita llamándome, el beso formulado, la llave, la puerta.

El mundo estaba intacto y ni siquiera se daba por enterado. Los pies en un piso frío, los pasos a la ducha, el agua en la cara, el pelo, el cuerpo todo. La ropa en la piel medio mojada, el café dormido en una taza abandonada. Seguramente el café tendría un sabor diferente, más amargo. Agarré la jarra y esperé a que el líquido me decepcionara. Esa fue la tercera sorpresa. El café estaba dulce, a la medida, tampoco se había enterado.

La ventana guardaba un día azul, cálido, como sacado de una película de enamorados, que continuó repleto de sorpresas que me anunciaban, lo único que se había roto había sido yo.

Nuestro amor se moría lleno de vida, y la vida no se había enterado. Quería tirarme al suelo, hacerme una bola de manos y piernas, y ocupar el menor espacio posible en este mundo tan intacto. Quería gritarle al tiempo que parara, al día que se apagara, y a todas las sonrisas que se murieran en un llanto largo, grande, aspaventoso.

Las horas siguieron metódicas, obedientes, predecibles, hasta que una luna se posó en un cielo dibujado de luces. La noche era una muchacha de veinte con ganas de enamorarse, y yo era una hoja seca que existía en un otoño que nunca llegó.

Otra vez las ganas de tirarme al piso y hacerme nada, otra vez el ruido, las llaves, la puerta, la vocecita, la ducha, los pasos, la cama. Era el final de un día que prometía una réplica exacta en apenas algunas horas.

Entonces entendí que a veces el mismo final se siente de dos maneras muy diferentes. Aprendí que algunos infiernos vienen disfrazados de paraíso y tienen más luz que una mañana de abril. Algunos tienen abrazos, y música, y por qué no, hasta un poco de felicidad. Una felicidad en la que sólo existes como una extranjera, sin nunca hacerla tuya. Observando las risas para practicar luego, castigándote por esas que nacen genuinamente en un segundo de olvido. Hay infiernos que huelen a café en la mañana, a un beso vecino, a un adiós que es siempre demasiado corto.

Se había equivocado Sabina, la vida había seguido como siguen las cosas que tienen todo el sentido.

Alaina Machado

En algún silencio, 2019.

Pintura de Luis Vargas Santa Cruz.

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De La Habana y otros sueños rotos

Anoche no volví, ya estaba ahí.

No habían olvidos que olvidar, ni besos de otras ciudades en mi piel. Era de La Habana, como el día que nací. La isla entera cabía en la ciudad, porque al final, La Habana fue siempre toda Cuba para mí.

Llevaba unos zapatos apretados, una blusa de botones blancos y uno carmelita que llegó de sustituto, y unos shorts que habían sido jeans en su juventud. Tenía el pelo negro como las calles apagadas, dormidas, pero también siempre despiertas de La Habana, y del hombro derecho me colgaba un bolso gigante que iba lleno de libros viejos. Me gustaban así, mientras más viejos mejor. Disfrutaba mirarlos, imaginar todas las vidas que tuvieron a través de otros ojos; rozar con mis dedos las páginas amarillas llenas de palabras que se mudaron a tantas memorias; y finalmente olerlos. No es hasta que los huelo que me siento suya, y los creo míos. Los huelo como se respira a un viejo amante, vengando al tiempo y la distancia que nos robó de él. La Habana es como un libro viejo, con páginas amarillas llenas de historias, de mentiras que se hicieron verdad de tanto leerlas, de amores y despedidas.

Caminaba con el afán de quien busca un tesoro cuando te vi. Tenías la gorra azul de siempre, y un pullover blanco. Cuando me disponía a vengar a la distancia y al tiempo, noté que también la tenías a ella amarrada a tu brazo. Caminaban lento, como quien no quiere que se acabe el tiempo. Tú hablabas y ella brillaba a tu lado, como una joya. Entonces vi como tus ojos se clavaban en su felicidad, y me di cuenta de que la estabas mirando como me habías mirado ser feliz a mí tantas otras veces.

La Habana había envejecido y era ahora una señora que contaba historias de desamor a un mar enamorado. Era la Habana inmóvil y perenne de puentes que separan, y banderas que se secan en una brisa entre dos arenas, dos familias, dos amores.

Todos los relojes se habían parado y era un viernes por la tarde para siempre. Un nudo de inconformidad reprimida se había mudado a mi garganta y me ahogaba de silencios. Sentía como una vez más se me apagaban las ideas. En la Isla, es muy fácil dejar que otros piensen por ti. Y yo nunca me había ido, no conocía otra cosa que periódicos que se inventaban desgracias extrajeras y anunciaban mejorías que nunca llegamos a vivir. Conocía las ganas de gritar y mi madre con miedo mandándome a callar. Conocía la historia contada con otras voces, otros ojos, otras mentiras. Así que empecé a olvidar los pasos que no eran de Cuba, las voces que no eran las de ellos, y cada una de las 50 estrellas que nunca llegué a conocer.

Había una ventana hacia una ciudad de luces que se rompía en miles de pedazos y así mataba toda esperanza de escapar. De irme de una Habana donde tú no sabías quién era yo, donde nunca llegaste a mirarme, a besarme, a hacerme sonreír. Una isla de fotos escritas por detrás, de consignas con parodia, de músicos sin voz. Donde la libertad es solo una palabra que se borró, como nuestro amor.

Esta vez no me había ido de La Habana, y por tanto no había llegado a tu amor. Nuestra confidencia, las miradas, los picos, los libros, los parques, las pinturas, los besos, los “¿jugamos?”, y los “me quedo”, sólo existían en mí. Me había quedado en un después que nunca llegó a pasar, como las promesas de miedo que me contaban de niña, como el muro que jamás conoció el otro lado, como la ciudad y sus charcos de sueños rotos.

Alaina Machado

10/07/2019

Pintura de Manuel A. Moreno Pupo

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De La Habana y otras ausencias

Anoche volví a La Habana de mis sueños en un sueño. La ciudad una vez más me abría sus brazos de catedrales y carteles y me hacía suya. Yo encantada me dejaba poseer. Me gustaba sentirla apoderarse de mí, borrar con sus labios rotos las huellas que otras ciudades sin nombre habían dejado en mí. Más habanera que nunca salí a buscarte, recorriendo calles que en la desesperanza habían olvidado su identidad.

Fui al muro de la esperanza que fue lo último que se perdió, al árbol de las frutas en la tierra, y a la biblioteca que cerró porque le sobraban las historias pero le faltaban los libros. Fui a los parques sin niños y sin luces, a la playa más bonita, y al cine de siempre. Le pregunté por ti al unicornio azul que para mi sorpresa estaba vivo, y a la más encantadora de las damiselas.

Ya sin saber qué más hacer, me fui a la tribuna de los reclamos mudos, y sin voz grité tu nombre. La ciudad que entendió mi desespero, me contó de la última vez te vio besando sueños y promesas en mis labios. Me dejó sentir tu felicidad desmedida por volverme a ver. Y finalmente, me mostró su dolor cuando le dijiste que la visitarías en sueños. Ya no estabas, ya eras el para siempre que se pudo escapar. Después de todo, La Habana se iba quedando cada vez más sola, cada vez más muda, cada vez más olvidada.

“Me quiero ir”, pensé, “me duele La Habana sin ti”. Y el dejavú de este deseo me recorrió la piel como una lluvia fría. Entonces volví a los mismos lugares donde ya te había buscado, y ahí estaba esperándome, en cada uno de ellos, tu ausencia. Te encontré en el beso que no nos dimos en la cola del cine, y en el abrazo de dos brazos en el parque de siempre. Te encontré en la foto de dos enamorados que no éramos nosotros y en la lluvia que se murió sin ser más que un charco.

La ciudad se había dibujado de tu ausencia y me dolía en la piel. “Me quiero ir”, pensé nuevamente, y abrí los ojos.

La Habana era otra vez una princesa sin dragón, que esperaba en la lejanía por que el mundo, cualquier parte del mundo, fuera y la rescatara.

Y yo era una vez más de otras ciudades, de otros besos, de otros amores. Pero al menos ya no estaba en La Habana sin ti, porque nada duele como tu ausencia en La Habana.

Alaina Machado

10/06/2019

Pintura de Manuel A. Moreno Pupo.

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De La Habana y otros besos

Ayer, otra vez, soñé con La Habana, y con tus besos. Era una esquina oscura como casi todas, pero bien podría haberla alumbrado yo con toda la luz que tú hacías nacer en mí.

Al final de la calle había una iglesia dormida, y unos niños persiguiendo a una pelota. Nosotros éramos parte del paisaje que se va en la foto souvenir de un turista. Ahí pintados en una ciudad que se empezaba a quedar sola, regalándonos besos, entendiendo que no había nada mejor que hacer que amarnos.

Hay besos que saben a mango y guayaba, como cuando nos subíamos en las matas de pequeños, y nos comíamos la fruta en una rama pegada al cielo. Besos que nos pegan al cielo. Hay besos que nos tiran al suelo, como cuando de jóvenes nos escapábamos de la escuela cruzando un muro. Besos de libertad. Hay besos que nos dejan soñar y hay otros que son sueños. Y entonces están los besos de La Habana, que son siempre una plegaria y una promesa, un para siempre y un hasta que me pueda ir, una estrella fugaz que dejó de escuchar deseos.

Ayer, en aquella esquina de La Habana, tú me los diste todos, los del cielo, los del suelo, los de los sueños y los de las promesas. La ciudad había parado de recordar para contemplarnos, para memorizar el segundo antes de que se tocaran nuestros labios, cuando empezábamos a imaginar su sabor, su calidez. La Habana estaba llena de mariposas adolescentes, que en realidad éramos tú y yo, y aquellos besos de la esquina.

Alaina Machado.

10/05/2019

Pintura de Manuel A. Moreno Pupo.

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De La Habana y otras pasiones

Ayer tuve un sueño de La Habana. Caminaba la ciudad y la cuidad ya tan extraña era muy mía. Me había acogido, había olvidado el olvido, y de nuevo, yo era de ahí.

Me pertenecían los balcones en derrota, las palomas sin paz, las estatuas que eran lo único que cambiaba. Era mío el muro eterno con sombrero de mar, era mío y por eso te quise besar ahí. Te besé lento, memoricé tus labios, me tatué tu olor y el del salitre, y le pinté caminos nuevos a tus manos.

Eran mías las fuentes, las monedas y en tu abrazo ya tenía todos los deseos. Eran mías las guitarras y todos los boleros. Bailé recostada a tu pecho y escuché tu amor. Eran míos los parques, y sus banquitos enamorados, y también por pura suerte, eran míos tus ojos, y era a mí a quien amaban.

La noche en La Habana es más larga, es casi eterna como sus estrellas, así que te amé casi eternamente como se ama en La Habana, sin prisas y con interminable locura. Porque era mía La Habana, y en La Habana se ama, y después se vive.

Te besé la boca y el cuello, te toqué el pecho y los labios, y te dije con un suspiro que quería ser de ti, que fueras en mí. Tú que nunca dejaste de ser de La Habana, me agarraste las piernas y me las llenaste de besos con lengua y dientes. Hiciste canciones con los gemidos que salían de mi boca, que a la vez te mojaba los dedos para que me dibujaras más placer. Los poros de mi piel se hicieron picos de sudor y ganas, y entonces te sentí entre mis muslos, como estaba sintiendo a La Habana en todo mi ser.

Anclé mis manos a tu espalda, para nunca irme de ahí, de mi cuidad congelada en un mar caribeño, del placer más mundano, de tu amor tan soñado, de un tú conmigo, de un yo nunca tan mío.

Entonces abrí los ojos para ver tu cuerpo contra el mío, para probar tu sudor y tu hombría. Y un gemido de deseo se hizo nada cuando el gris de la ventana me enseñó una ciudad de luces. Quedé así, con la sangre en tormenta y las ganas recortadas. Mis manos recorriendo mi cuerpo sin tu cuerpo, mis piernas secas de tus besos, y mis labios vacíos de tu pasión.

Ayer te amé casi eternamente en La Habana, aunque nunca se entere La Habana, ni el amor, ni tú.

Alaina Machado 🍃🍂

10/04/2019

Pintura de Manuel A. Moreno Pupo.

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Nada

Así con un adiós dejamos sin lógica al universo. Los picos solo existen cuando bajan, al arcoíris le faltan dos colores, no tienen paticas los ciempiés, y las mariposas se amarran sus alas tan baldías. Borges mueve las comas, Koduma no llegó a conocer la verdadera belleza, Carilda escribe con reparos y Sócrates ya lo sabe de la verdad, todo. No existe un da Vinci cubano y el 1 está muy solo con el 0. Júpiter se ha quedado sin lunas y la casa ya no es de papel. No tienen música las canciones y el último unicornio no se muere, porque nunca nació.

Lo vi alejarse y miré el reloj, esperando ver el tiempo romperse, pero un minuto nuevo llegó con la noticia de que seguirían las horas aun después de él. Puede que tengan paticas los ciempiés, posiblemente más de 100, y que el cielo hasta se haya inventado colores nuevos para dolerme. Puede que todavía sean de amor los poemas, y que una Victoria de Samotracia ya haya deslumbrado a una niña de pelo negro. Pero yo he olvidado el brillo de sus ojos, el sabor de sus labios, el sentir de su amor, y eso sí que no tiene sentido alguno.

Ya no entiendo la vida que no termina en un nosotros. ¿De qué está hecho el amor si no es de las historias que guarda en una solapa blanca? ¿Con qué me lleno las manos si no es de su sonrisa después de un beso? ¿Qué son los besos si no el vaivén de sus dedos por mi cuerpo? ¿Qué es la felicidad sin su hola, qué es la tristeza sin su abrazo de adiós? Cierro los ojos y no tengo nada, busco un amor que nunca pasó, pero, qué me ha pasado entonces, si no me pasó su amor?

Alaina Machado

Miami, Fl.

La persistencia de la memoria, Salvador Dali.

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